1 cuota de $22.500,00 sin interés | CFT: 0,00% | TEA: 0,00% | Total $22.500,00 |
Contextos como el de una Argentina potencia editora en la que leer es una política de Estado celosamente regulada; un argumento que encadena a Bolivia, una fábrica voladora de Coca Cola, una inundación colosal que sumerge casi toda la tierra en un mar del oscuro brebaje y en el que “los buenos” quieren resucitar a Bukowski —otro en el que un virus espacial transforma a la hija del poeta Elejandro López (sí: Elejandro) en una dragoiguana en celo y cuyo clímax parece ser la presencia de Dios en Parque Lezama—; o personajes como Lorcadio Mendieta, ex concejal de Lomas de Zamora y “peronista incluso antes de Perón”, que llega a presidente de la sede altiplano de la multinacional —o Gómez Cósmico, una cyborg detective que se excita y acaba en potecitos de yogur—, son apenas una mínima muestra del arsenal imaginativo que estos cuatro relatos despliegan en su breve y desencajado recorrido.
En “La serie negra”, por ejemplo, se agita la idea de que el Borges que conocemos fue un actor de sí mismo mientras que el verdadero escritor era otro, un plan macabro que graciosamente elucubró un tal Lisandro Emecé, ahora de apellido Planeta: sagaz broma para iniciados. Antonio Abal Medina Bello —un poco de prosapia justicialista y otro toque de antiguo puntero derecho—, en “Bukowski”, o la “mandataria Alicia Cristina de Kirchner”, en “La serie negra”, son parte de un elenco de personajes menores cuyos nombres, deformados por el ingenio, pican contra la escena política argentina. Tetas, la castiza referencia a “fornicar” y su contraparte más ordinaria “calentura” les dan a la serie su ingrediente lúbrico y sexual. Un Ford Galaxy aporta una pizca retro-chic; y la épica de las ediciones cartoneras, la impostergable reminiscencia a Eva Perón, cierta geografía onda mundo-conurbano y un diccionario fierita, chabón o papá proveen ese condimento que se cosecha en las quintas del campo popular.